La oposición de derecha ha sido fértil y terca en la promoción de discursos hipócritas cuya única finalidad es la de obstaculizar el avance de las políticas sociales de la 4T.
Que si la alianza de gobernadores con insinuaciones separatistas de la Federación. Que si el súbito brote epidémico de ecología entre la comunidad artística que se impuso la tarea de selvar del Tren Maya a los jaguares. Que si las bombas tremebundas ocultas entre los Guacamaya Leaks que han petardeado feamente. Que si la marcha en defensa de la democracia y los sueldos de los sultanes del INE encabezada por los más connotados mapaches electorales. Que si los majestuosos académicos exhibiéndose en paños menores intelectuales y chancletas morales para insultar al presidente.
Narrativas infladas a las que se les sale el aire y terminan en el suelo, pisoteadas y añadiendo más descrédito a sus promotores. Entre estos discursos se encuentra el de la polarización.
Esta polarización se refiere exclusivamente a la que deriva de los polos políticos, donde en uno de ellos se encuentra la aprobación de más del 70% de los ciudadanos al presidente López Obrador –como lo demostró la marcha de este domingo 27 de noviembre- y en el otro, triste, desparpajado y sin rumbo, se encuentra la oposición. Pero no alude a las polarizaciones económicas, culturales o raciales que se practican en nuestra sociedad.
Hay polarización económica cuando la dependienta de una zapatería en un centro comercial recibe un salario de $5,300 pesos mensuales y está encargada de vender zapatillas Bally de $71,000 pesos: más de un año de trabajo le costaría a ella comprar uno solo de los pares que vende.
A la oposición nunca le interesó abordar y mucho menos disminuir esa polarización. Recuérdese que la política económica obligaba a sujetar los salarios para controlar la inflación, hasta que la 4T demostró que eso era una mentira.
Hay polarización cultural cuando los detentadores oficiosos de la cultura suponen que sus ambiciones económicas deben ser sufragadas por el presupuesto público e incluso se indignan si el Estado rechaza hacerlo.
Un ejemplo es el berrinche de los cineastas por que no se les quiso apoyar con los gastos de su fiesta particular para la entrega de los Arieles. Como si tuvieran cara de exigir después de presentar mazacotes al estilo de No manches, Frida. ¿Y a quién en Los Mochis, en Topolobampo, en Tarimoro o en Rincón de Romos le importa esa película?
Polarización del racismo que viene desde las castas en la época de la invasión española. Del mestizo al cambujo. Del zambayo al no-te-entiendo. Del lobo al calpamulato. Brusca crónica de castas que sólo revela el desprecio al distinto, al que es pobre, y que se repite hoy cuando se lanzan descalificaciones como “pata rajada” o “acarreados”. El delito de ser pobre y ser moreno.
Esas polarizaciones “no se tocan” ni se mencionan en medios ni son tema en debates porque así conviene a los ex propietarios del presupuesto público.
Pero son también las polarizaciones económica, social y cultural que la 4T sí toca. Aumenta el salario mínimo. Privilegia los programas sociales no como un recurso para hacerse de clientela electoral sino para redistribuir la riqueza. Antepone el lema de que la paz es fruto de la justicia (social, económica, cultural).
Toca esas polarizaciones para abreviar las brechas que separan a los que todo tienen de sobra de los que apenas tienen para vivir. Y eso el pueblo lo reconoce. Y se presenta a la plaza pública a refrendar ese reconocimiento. Que lo diga si no la asistencia a la marcha del domingo 27 de noviembre.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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