Los espacios sociales son lugares multifacéticos, donde quienes participan están comprometidos a llevar a cabo ciertos protocolos que, casi siempre, se instauran de manera implícita. En muchas de las ocasiones dichos aspectos de convivencia o comportamiento no pasan por el lenguaje, no te dicen paso a paso qué tienes que hacer. Mi estimado amigo y colega David Contreras ha planteado dentro de su proyecto de investigación de doctorado cómo es que existen reglas implícitas dentro de la práctica de la capoeira. Ahí se juega la habilidad de los participantes para mezclar el baile, los ritmos de las canciones y los movimientos de artes marciales. Existen ocasiones en que los actores que interpretan distintos roles reaccionan de formas similares a sucesos extraordinarios.
Cuando mi colega nos planteó el asunto y nos mostró los videos comprendí que hay muchos lugares que se rigen por esquemas de comportamiento que son pactados de forma implícita. Un ejemplo de esto es la vestimenta que usamos para asistir a ciertos espacios sociales. Hace un par de meses escuché a una chica diciendo que ya se le notaba la edad porque asistió en modo “señora” a un antro. Ella y sus amigas eran visiblemente “extrañas” debido a su aspecto físico, la ropa, el peinado, sobre todo, los tacones, que ya no son una indumentaria que las nuevas generaciones usen en ese contexto. Además, ya no sabían cuál era el protocolo de entrada ni conocían a los cadeneros, fuera del protocolo juvenil.
El fin de semana viví un lugar “extraño” para mí, era la final de una liga de básquetbol. Nunca en mi vida he practicado deportes, mi experiencia en esos espacios sociales deja mucho que desear. Lo que yo hacía para tener un lugar de esparcimiento era vivir el mundo de las estudiantinas, los concursos, las presentaciones o las callejoneadas en el festival cervantino al que varios años asistimos. Sobra decir que no entiendo el juego, soy de las personas que creen que la red representa una portería y cuando cae el balón grita gol. Una completa extraña en un mundo que representa la vida cotidiana de cientos de personas de edades diversas.
Fui presa de la masa espectadora que se congregó alrededor de la cancha. La gente comenzó a llenar los espacios libres de sillas, bancas, paraguas para protegerse del sol, tambores, matracas. Comenzó el partido, yo no apoyaba a ningún equipo, todo era una visita para conocer y mirar socialmente el lugar, distraerse un rato. Enseguida me percaté que Aztlán era el equipo favorito de jugadores y familias que cada domingo asistían al lugar. Pasaron un par de cuartos del juego y me di cuenta que los Aztecas, el equipo contrario, tenían estrategias poco proclives al espíritu deportivo.
Algunos empujones, golpes y me daba cuenta que los árbitros no parecían del todo imparciales. Cuando me explicaron lo que sucedía comprendí la molestia de los espectadores; hay una familiaridad especial entre alguno de los árbitros y quien “maneja” al equipo Aztecas, de ahí una preferencia por darles prioridad al no marcar varias conductas violentas de un par de jugadores. En algún momento uno de los chicos del equipo Aztecas se hizo de palabras con una espectadora. Lo cual me pareció nefasto ¿cómo los jugadores podían agredir verbalmente a las chavas que estaban apoyando a su equipo sin que nadie hiciera nada? También me comentó la gente que la porra estaba volcada por Aztlán porque el otro equipo se dedicaba a comprar jugadores para sus partidos, en especial para las finales.
Durante los tres primeros cuartos Aztecas estuvo ganando por algunos puntos, en el cuarto empataron y dieron cinco minutos más al juego, donde por fin Aztlán venció por un par de puntos. Cuando dieron por terminado el partido la euforia de la gente llenó de gritos, música, abrazos y porras para los muchachos. Todo un espectáculo para mí.
Sobra decir que fui parte del fenómeno de la masa que apoyaba a Aztlán. Grité, aplaudí chiflé y me molesté por la actitud antideportiva del contrincante. Nadie tuvo que decirme nada, yo comprendí los actos que amparaban a los Aztecas, un equipo que jugaba bien, que no tenía necesidad alguna de recurrir a parcialidades o actitudes violentas y quizá hubieran ganado. Lo que me lleva a pensar ¿de qué manera los espacios sociales son una parte formativa de las personas? Los espectadores apoyaban a Aztlán porque fueron niños que vieron desde pequeños a jugar en esos lugares, sin habilidades para meter una pelota en los aros, aquellos que poco a poco vieron crecer e ir de equipo en equipo. Los espacios sociales forman, dotan de habilidades a quienes participan de ellos. Te ayudan para soportar la presión, distraerte, pero también te enseñan sobre valores y antivalores. La sociedad es formativa y tenemos que tomar sobre nosotros la responsabilidad de lo que enseñamos con nuestros actos.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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