Lo que no cuesta dinero no tiene valor. Sin importar cuan significativo o memorable sea. Sin importar que su rareza lo haga único en el mundo. Sin importar nada. ¿No hay forma de tasarlo? ¿Monetizarlo? ¿Cotizarlo? ¿Subastarlo? Entonces ¿para qué sirve? El fin último de todas las cosas, personas, ideas, etc. es producir riqueza. Y la riqueza no es más que el conjunto de dinero que se posee, ya sea líquidamente o invertido en algo que tenga un gran valor (algo que cada segundo cueste más dinero). En ese sentido ¿De qué va la ‘soberanía’ si no tiene un valor de cambio que se pueda traducir en un precio? ¿De qué vale ejercer un poder independiente si nadie puede comprarlo, si no podemos sacarlo a la venta?
En el fondo, eso es lo que discuten las mentes más brillantes del espectro conservador, con la solicitud de consulta sobre las políticas energéticas de México que hacen Estados Unidos y Canadá. La posibilidad de privatizar y mercantilizar —aumentando las ganancias y la rentabilidad— las formas en las que se transforma, produce y consume la energía. No es negocio que empresas gubernamentales pretendan garantizar el acceso a la energía como un derecho a quienes no pueden pagar por ella. ¿En qué cabeza cabe? Si eso no es entropía, no se de qué estamos hablando.
La retórica que sostiene que México firmó un acuerdo en 2020 y que las reglas deben respetarse, la preocupación porque perderemos la confianza de los inversores porque en México la ley ha dejado de ser la ley (sin importar para beneficiar a quien se hizo esa ley), el temor ante las represalias que puedan venir desde el Imperio al sentir que nuestro gobierno se burla de ellos, la ‘mancillada imagen de México en el extranjero’, la defensa del estado de derecho por encima de las necesidades básicas de la población, el riesgo de perder empleos, inversiones y el prestigio nacional, la posible ruptura irreparable con nuestros ‘compañeros de viaje comercial’ —que nos han impulsado a convertirnos en uno de los principales países exportadores del mundo (así sea empacando productos agrícolas, maquilando lo que es muy caro maquilar en otros lugares y vendiendo petróleo para comprar gasolina). Ocultan la habilidad del ojo conservador para reconocer un negocio sin igual: la venta de nuestra soberanía al mejor postor. Venta que no hay forma de realizar mientras se siga dando un trato privilegiado a las empresas gubernamentales que, por si lo anterior fuera poco, se niegan a lucrar como es debido con las necesidades humanas.
Seamos serios ¿En qué benefician la CFE y PEMEX a los mexicanos? ¿Para qué necesitan luz y energía si durante años han vivido en la oscuridad? Oscuridad que, dicho sea de paso, permitió a más de un gobierno hacer con el país lo que le vino en gana. Por otro lado, si lucramos con la soberanía nacional —y por favor seamos creativos, no nos limitemos a la soberanía energética, tenemos mucho que poner sobre la mesa a los postores mundiales— podremos beneficiar, por lo menos, a un grupo selecto de mexicanos, esos que nos representan con elegancia y distinción, que saben agachar la cabeza frente a los poderes fácticos y asumir el rol de república bananera que se le asignó a esta nación desde hace tantos años. Podríamos beneficiar a esos mexicanos que más ayuda necesitan, porque su estilo de vida no es nada barato, porque están acostumbrados a viajar en primera clase, a ir a peluquerías en Nueva York, a tener audiencias con el romano pontífice, a pagar comidas de cuatro mil pesos, a estudiar en el extranjero.
Entrados en gastos: una cosa es salir a cotizar nuestra soberanía en las principales bolsas de valores del mundo, y otra ponerla a merced de 500 fantasmas que recorran México. La presencia de los médicos cubanos que la oposición ha demostrado, sin prueba alguna, que se trata de ideólogos esclavizados —no se rían, sé que la imagen cuesta trabajo y es difícil imaginar a un esclavo adoctrinando a otros seres humanos, en caso de que no lo consigan, piensen en cualquier empleado del McPRIAN y en el trabajo que hacen defendiendo los intereses de sus amos— que vienen a predicar el evangelio comunista en estas nobles tierras, está completamente fuera de lugar, pone en riesgo nuestra soberanía —piensen lo que 500 médicos pueden hacerle a una población de más de 128 millones de habitantes, cada médico habrá de convertir a más de 250 mil mexicanos en un comunista castrista neo bolivariano— y sobre todo, atenta contra el libre mercado y nuestro derecho a elegir como morir de hambre.
- Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Dar las gracias no es suficiente.
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