Cada vez más mujeres estadounidenses llegan a la capital mexicana en búsqueda de una vida más asequible, libre y significativa. Su presencia impulsa la economía local, pero también reabre el debate sobre la gentrificación y el privilegio.
En las calles de la Roma y la Condesa, el murmullo del inglés se mezcla con el aroma del café y el sonido de los organilleros. Son voces de mujeres estadounidenses que abandonaron la rutina, los altos costos y la soledad del norte para reconstruir su vida en Ciudad de México. Para muchas, como Hannah McGrath, de 35 años, mudarse al sur significó empezar de nuevo: “Aquí hay posibilidades y potencial”, asegura, reflejando el sentir de una generación que busca bienestar más que éxito.
El fenómeno ha crecido con fuerza. Tan solo en 2024 se emitieron 56% más permisos de residencia temporal para ciudadanos de EUA que antes de la pandemia, y 3.7 millones de turistas estadounidenses mujeres volaron a México durante los primeros siete meses de este año. La mayoría elige la capital como destino, atraída por su vibrante cultura, los costos más bajos y la flexibilidad del teletrabajo. Pero el auge también tiene efectos visibles: los alquileres en colonias céntricas se han duplicado y muchos capitalinos se ven desplazados.
Para algunas mexicanas, el contraste resulta irónico. “Ellas se sienten seguras aquí, pero nosotras no”, comenta Pamela López, arquitecta paisajista, en un país con altos índices de violencia de género. Aun así, la convivencia no ha sido solo tensión. Varios negocios impulsados por extranjeras —cafés, clínicas, tiendas y heladerías— han generado empleo local y un intercambio cultural que, aunque desigual, enriquece la vida urbana.
El fenómeno también refleja una búsqueda generacional. Estas “slowmads”, como las llama la británica Tash Doherty, llegan a México después de rupturas, crisis o agotamiento laboral. Encuentran en la capital un espacio para sanar, emprender o simplemente pausar. Redes como Hermanas, surgida de un chat de WhatsApp, reúnen hoy a miles de mujeres que comparten desde subalquileres hasta rituales de meditación y bienestar.
A pesar de las críticas, la ola continúa. Por cada extranjera que empaca para volver a su país, otra llega buscando aire nuevo. Algunas se instalan en barrios más lejanos; otras, mayores de 50 años, huyen del costo de vida en ciudades como Nueva York. Ciudad de México se ha convertido, para muchas, en un espejo de lo que buscan: un lugar imperfecto pero vivo, donde el sueño americano se escribe en español.
Con información de Annie Correal y Marian Carrasquero para Milenio.


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