Algo anda muy mal en el ser humano cuando el anuncio más antiguo del que se tiene registro, hecho en escritura cuneiforme, trata de la búsqueda de Shem, un esclavo que huyó, y promete una moneda de oro a quien se lo entregue a su “noble dueño Hapú”, cuya casa “ofrece las mejores telas de Tebas”. Esa pieza arqueológica, que data de hace tres mil años –pues pertenece a la cultura sumeria–, se conserva en el Museo Británico.
Otros “anuncios clasificados”, pero estos encontrados bajo las ruinas de Pompeya, indican que un esclavo “entiende perfectamente por sus dos orejas y ve perfectamente por sus dos ojos. Yo garantizo su frugalidad, su probidad, su docilidad”, mientras que de una esclava, sin tapujos, apuntan: “¡Qué firme carne! ¿Es una jovencita la que usted quiere? Yo garantizo su inocencia. Usted la verá ruborizarse” (Eulalio Ferrer, La historia de los anuncios por palabras).
El racismo y el clasismo son un mal histórico de la humanidad. En la América colonial surgió una nueva clasificación humana y, por ejemplo, al hijo de blanco con negra se le llamó mulato, pues no se le consideraba más que una resistente y estéril mula. Así, el ser humano iba descendiendo en la escala social según su mestizaje, y el hijo de español y mestiza era el cuarterón, seguido del quinterón, el zambo de indio, el cholo o coyote (con lo que de plano se le arrancaba su cualidad humana), y el chino, el zambo, el prieto, el albino, el saltapatrás, el chamizo, el cambujo, el harnizo, el lobo, el jíbaro, el tente en el aire, el no te entiendo, y así…
Por cuestiones de trabajo, hace unos años me alojé en un enorme hotel de Cancún cuyos propietarios eran españoles. Sus paredes nos mostraban, con lujo de superioridad, los dibujos de las castas con las que se iba denigrando, según la “combinación de su sangre”, a las personas cada vez más desposeídas. ¡Más de trescientos años después!
Algo anda mal, algo debe de andar muy mal en el mundo cuando en Israel se educa a los niños con el fascismo más aterrador, y cualquiera puede escuchar en las redes sociales, interpretada con voces angelicales, una canción que para los que no conocemos el hebreo pareciera hermosa y tierna y, sin embargo, invita a los soldados israelíes a acabar con Gaza. “Niños de la Generación de la Victoria” insta a los judíos a matar. “Aniquilaremos a todos en Gaza […], dentro de un año no quedará nada allí […] y el mundo verá cómo eliminamos a nuestro enemigo”. Instruir a los jóvenes en los caminos de la guerra es la fórmula para que el sionismo no pueda sepultarse ante la luz que irradian las pertinaces mentes progresistas.
Algo anda muy mal cuando “el mundo –dice Eduardo Galeano– trata a los niños pobres como si fueran basura, para que se conviertan en basura. Y a los del medio, a los niños que no son ricos ni pobres, los tiene atados a la pata del televisor, para que muy temprano acepten, como destino, la vida prisionera”. Esa pata ahora está en los teléfonos “inteligentes”.
“Algo huele mal en Dinamarca”, clama Hamlet al enterarse de que su padre ha sido asesinado por su hermano Claudio para casarse con la reina y usurpar el trono. Con ese contubernio, Shakespeare hace una alegoría de los problemas y crueldades ocultas que corrompen a la sociedad. “Ojalá mi cuerpo pudiera deshacerse en lágrimas”, dice el príncipe, y eso decimos ahora que en pleno siglo XXI nos hemos vuelto saltamospatrases.
Algo anda mal, algo debe de andar muy mal, cuando un monigote que se cree rey, que se siente Dios, con un racismo inusitado expulsa a los nuestros con lujo de violencia, y con el mandamiento de “armaos los unos a los otros” obliga a todo el orbe a seguir sus pasos: obedecerás a Trump sobre todas las cosas; honrarás a tu padre Estados Unidos; robarás, mentirás, consentirás y cometerás actos impuros, y codiciarás los bienes ajenos. A Trump, el “gobernador del mundo”, lo gobierna sin embargo el dinero.
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Hace tres milenios la esclavitud obligó a Shem a escapar. Por lo menos desde entonces las civilizaciones están fundadas en el beneficio de unos cuantos dada su ambición por el poder y el dinero. Como un oasis a la mitad del desierto de esa iniquidad que ahora nos somete con la desinformación, corrupción, vileza y desigualdad, y que se ha propagado como el hongo por el mundo, destaca nuestro México, cuyo primer gobierno de la Cuarta Transformación logró lo impensado: sacar a once millones de la pobreza.
¿Cómo ha sido posible una acción de tal envergadura? Con un proyecto de nación que incorpora reformas sociales, económicas y laborales; políticas de igualdad hacia las mujeres y de reconocimiento a los grupos minoritarios; pensiones para los adultos mayores, mujeres y personas con discapacidad; becas para los estudiantes; beneficios para los sembradores; obra pública, seguridad social y más, aún cuando lamentablemente algunos gremios, como el de ciertos intelectuales, no lo comprenden.

Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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