Aunque suene a muy trillado cliché la aseveración de que la gente ya no confía en los partidos, se vio constatada tanto en 2018 como en este pasado 2024. El hartazgo social y la esperanza, que no por ser un factor cuasi metafísico se le debe dejar fuera de la ecuación; se conjuntaron con lo desacreditadas que desde hace un tiempo están las organizaciones cuyos acrónimos integran la P de partido. Cada uno de los dos casos fue particular. En 2018, el régimen hasta entonces imperante pensaba que sería suficiente con el gatopardismo de siempre para que el ínfimo electorado de siempre votara en automático por las opciones anodinas de siempre. En 2024, la oligarquía exhibió tal ingenuidad y menosprecio por el pueblo politizado, que hizo con Xóchitl Gálvez una campaña muy al estilo de la de Vicente Fox, pero bajo circunstancias sociales muy distintas. Evidentemente, esos 20 años de desfase les pasaron factura.
El Movimiento de Regeneración Nacional, que desde un inicio evitó nombrarse como partido, tuvo a su favor no solo la figura de AMLO como abanderado del cambio, sino también un creciente consumo de contenidos políticos en redes sociales por parte de una población que hasta hacía unos años había sido rehén del entretenimiento más banal, pero que fue descubriendo un subyacente deseo de cambio, que crecía con cada interacción, con cada desmentido, con cada video de comunicadores independientes y cada comentario dentro de los espacios en que éstos se transmiten. Así, sin una campaña de marketing invasiva y más con la fuerza real de un movimiento social, Morena tomó cada vez más fuerza.
Andrés Manuel López Obrador, en su momento, fue abriendo paulatinamente las puertas del movimiento a distintos personajes públicos, algunos versados en la política y otros no tanto. Todo ello con el fin de sumar lo más posible y afianzar la victoria. Fue así como Morena integró a sus filas a Lilly Téllez, Sergio Mayer, Carlos Bonavides, Cuauhtémoc Blanco, entre otros. La propia Xóchitl Gálvez, eternamente traumatizada con la derrota de 2024, ha llegado a referir que también recibió invitación de AMLO, aunque ni él ni algún otro miembro de Morena ha confirmado esta declaración. Sin embargo, tampoco suena descabellado, dada la inercia de adhesiones que se venía dando rumbo a la elección de 2018.
Más fichajes bomba se fueron dando conforme avanzaba el sexenio. Algunos con más luces que otros. Manuel Espino, Javier Corral, Rommel Pacheco, Alfredo del Mazo o incluso los Yunes, cuya incorporación fue clave para conseguir los votos necesarios para lograr la reforma en materia judicial que nos tiene con una elección inédita en puerta. Y tal vez este último caso sea el que mejor ejemplifica esa postura pragmática que quienes no somo s políticos nunca vamos a entender.
Pese al aparato ideológico que los rodea y las causas que puedan defender, el régimen post revolucionario del PRI y su supuesto antagonista el PAN, se encargó de convertir a los partidos políticos en auténticas minas de oro; organizaciones que reciben del erario cifras estratosféricas para subsistir. Muchas veces son tan redituables los puestos dentro de los partidos que ni siquiera es necesario competir por puestos de elección popular. El poder legislativo, en un país con tremenda desigualdad, aprobó durante décadas millones de presupuesto para los partidos políticos. En las campañas se despilfarran cantidades estratosféricas por concepto de logística de eventos y publicidad.
Ante este panorama, y sin importar que su ideología sea totalmente reaccionaria y contraria al pensamiento comunitario, muchos prianistas prefieren tragarse el sapo de aparentemente suprimir sus ímpetus derechosos y comenzar a hablar de transformación, de beneficios para los más necesitados y mágicamente comenzar a llenar de loas a Claudia Sheinbaum o a Andrés Manuel López Obrador. Recordemos el caso de la diputada priista Cynthia López Castro, que en 2024 coreó enloquecida “narcopresidente” y “narcocandidata” junto con Laura Zapata en la infame mesa de Carlos Alazraki, y que ahora ha adoptado mágicamente el discurso progresista para sumarse a las filas de Morena. Asimismo, Alejandra del Moral, quien compitió contra Delfina Gómez defendiendo los intereses de Claudio X. González en la elección del Estado de México en 2023, hoy es otra morenista ungida por la cúpula. O qué tal el caso de la ultraconservadora panista Ana Villagrán, que ahora también figura dentro del movimiento.
Morena conserva la palabra movimiento en su nombre, pero la realidad es que hay más morenismo, más obradorismo en las calles y en las redes que en las filas del partido, y ya no digamos en la administración pública, pues a un priista como Adrián Ruvalcaba se el entregó la dirección del Metro de la Ciudad de México como si no hubiera absolutamente nadie con un perfil de gestión pública y formación técnica entre quienes no provenimos del infame mundo individualista y conservador.
La diversidad de voces en contra y a favor es muy interesante de analizarse. Pedro Miguel y el Fisgón han tenido siempre salidas que ellos deben considerar elegantes, en las que terminan siempre justificando lo injustificable. No faltan los “intelectuales” de izquierda como Julio Hernández López, pomposamente autonombrado “Astillero” para presumir su vena literaria en alusión a la novela de Juan Carlos Onetti. Julio, como radical que dice ser, y con un dejo de menosprecio por aquellos a quienes evita llamar ‘pueblo’, se regodea con este tipo de pifias y recientemente llegó a comparar el perfil de Claudia Sheinbaum con el de Ernesto Zedillo. Su tesis principal desde que triunfó Andrés Manuel ha sido que nada iba a cambiar y que “todos son iguales”. El incluir a prianistas cínicos no ayuda para contradecirlo, aunque en el fondo sepamos que no es cierto.
Igualmente, dentro de este sector que utiliza el bagaje cultural como bandera, un personaje recientemente me dijo, en franco menosprecio hacia la voluntad popular, que el obradorismo lo ve como una masa acrítica y con pocas luces. Este personaje no votaría jamás por la derecha, pero percibo en él, como en muchos otros la incomodidad de que la izquierda en México se haya convertido en un movimiento de masas. Sin embargo, pese al menosprecio que muchos personajes desconectados del sentir popular puedan pensar, yo de primera mano me doy cuenta de que la genuina izquierda obradorista está inconforme y en desacuerdo con los desatinos que se vienen dando, muchos de ellos motivados porque los fichajes en cuestión vienen acompañados de estructuras de operación política, es decir; dinero y gente que ayudan para hacer campaña y ganar elecciones. Entre gente que se me comunica en los chats de los programas en que soy panelista o conductor, hasta ahora no me he encontrado con nadie que justifique dichas incorporaciones de impresentables. En los programas de mayor audiencia, ha habido quienes han sentenciado jamás volver a votar por Morena.
La situación es complicada, pero ahora podemos protestar más que nunca por diversas vías. Así demostraremos no ser la masa acrítica que se nos considera. No más derechistas en la izquierda; es contra natura. Pero, de ser así, siempre estará abierta la posibilidad de formar un nuevo movimiento; no partido, movimiento popular que recupere los valores de la izquierda. Porque, esos sí, la derecha jamás debe regresar.
- X: @miguelmartinfe
- YouTube: Al Aire con Miguel Martín
- Facebook: Miguel Martín Felipe Valencia

Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
Comentarios