El Metro de la Ciudad de México (segundo sistema de transporte colectivo más grande del continente americano después del de Nueva York) moviliza diariamente a más de 4 millones de personas. Se trata de la columna vertebral de la movilidad para la clase trabajadora, no solo de la capital, sino también de miles de personas del Estado de México que cruzan a diario la frontera metropolitana para sostener la vida económica de la principal ciudad del país.
Pese a su importancia estratégica, el servicio que ofrece actualmente el Metro es deficiente. La falta de mantenimiento acumulado a lo largo de los años ha provocado múltiples fallas que afectan directamente la seguridad y la dignidad de los usuarios. Incendios, trenes detenidos por horas, escaleras eléctricas fuera de servicio y filtraciones de agua son parte del panorama cotidiano. Lo más grave es que para millones de trabajadores, el uso del Metro no es una opción, sino una necesidad ineludible. ¡No es aceptable que quienes sostienen esta ciudad viajen en condiciones tan indignas y peligrosas!
Pero ¿a qué se debe la actual condición del Metro? Una de las razones fundamentales es la dependencia del subsidio público. El boleto cuesta 5 pesos desde 2013, mientras el costo real por pasajero ronda entre los 15 y 17 pesos, de acuerdo con estimaciones recientes. Esta diferencia se cubre con recursos del erario, lo cual ha permitido que el servicio siga siendo accesible para millones, pero también ha generado una presión constante sobre el sistema cuando no se acompaña de un presupuesto suficiente para mantenimiento e inversión.
Esta problemática cobra una mayor relevancia cuando es objeto de un presupuesto que ha tenido un nivel de inversión insuficiente o que incluso en los años anteriores se ha visto recortado. Si bien en 2023 y 2024 hubo incrementos nominales, estos han seguido el deterioro acumulado y también han ido en consonancia con el crecimiento de la demanda, que en este último año se estima en un 7-8%.
En 2025, el presupuesto aprobado fue de aproximadamente 22 mil millones de pesos, cifra baja si la dimensionamos pensando en la magnitud del sistema y sus necesidades más imperiosas. El ciclo de inversión sistemático en aspectos que van más allá de los de modernización, de seguridad o de mantenimiento, permitirá que un servicio fundamental en la metrópoli más grande del país no colapse lentamente.
Es importante aclarar que el subsidio y la no rentabilidad del Metro no son excusa para justificar sus condiciones actuales. Algunos librecambistas (neoliberales) podrían argumentar que esto se debe a la falta de competencia y a que se mantiene un “monopolio” estatal ineficiente. Sin embargo, en áreas clave es necesaria la intervención del Estado para garantizar derechos y dinamizar la economía. Así lo reconoce incluso el “padre del capitalismo” y uno de los principales defensores del libre mercado, Adam Smith, en su obra magna La riqueza de las naciones.
“El deber del soberano consiste en erigir y mantener aquellas obras públicas e instituciones que, aunque puedan ser de gran ventaja para una sociedad, no serían emprendidas por ningún individuo o pequeño número de individuos, porque el beneficio no compensaría el gasto que cada individuo debería hacer.”
Debe ser prioritario para el Estado el mantenimiento del sistema de transporte público; es necesario hacer visible la dignificación del trabajador incluso en su recorrido hacia el área de trabajo. No puede normalizarse la condición en la que actualmente se encuentra el Metro. El argumento de la falta de presupuesto es una falta de respeto si consideramos que los principales beneficiarios de este sistema son los grandes empresarios, quienes instalan sus centros de trabajo lejos de donde habita su fuerza laboral —vista por ellos como mera mercancía que crea mercancía.
¡Y son esos mismos empresarios los principales defensores de eliminar el subsidio, para que el Metro le cueste al trabajador su valor real! ¡Son ellos, los grandes capitales, quienes buscan la privatización del Metro mientras siguen pagando miserias a sus empleados!
Ante esta situación, es urgente visibilizar el Metro como un derecho, y no como un privilegio que se subordina a la capacidad de pago del usuario. La defensa del transporte público debe ser una causa de toda la clase trabajadora, no porque lo utilice, sino porque en él se expresa la contienda por el sentido mismo que debe tener el Estado si va a servir al pueblo o va a continuar subordinado a los intereses del capital. Privatizar el metro, incrementar sus tarifas ante cada desembolso, continuar su desmantelamiento por no asignarle los recursos suficientes no son salidas inexorables sino decisiones políticas. Y como tales pueden y tienen que deconstruirse desde la organización, la exigencia social y la voluntad del pueblo.
Afortunadamente, también se han realizado esfuerzos para recuperar y mejorar el sistema. Un claro ejemplo de esto es la renovación de la Línea 1 del Metro, que inició en 2020 y se prevé termine este año.
La rehabilitación consiste en el primer paso en la dirección de la modernización de la infraestructura con los trenes nuevos, con la renovación de las vías y la modernización de la señalización, pero dicho esfuerzo no debe asumir la condición de solución definitiva sino que más bien debe entenderse como una respuesta parcial a la crisis que invita a diseñar un compromiso estructural y de continuidad con la recuperación del Metro, ya que no puede ir ligada a proyectos puntuales o de reformas radicales del tejido de la asignación.
Sin embargo, también hemos visto retrocesos clave como la designación de Adrián Ruvalcaba en la dirección del metro.
La elección de Rubalcava como director del Metro no solo pone en evidencia una falta de visión técnica, también nos muestra la corrupción que prevalece en las esferas más altas del poder. Rubalcava, un político sensible -por así decirlo- que no solo ha tenido un recorrido administrativo tortuoso, sino que ha estado envuelto en acusaciones de corrupción cuando fue alcalde de Cuajimalpa, es un ejemplo más que el sistema político mexicano sigue premiando a aquellos que están más cerca del poder, sin importar su capacidad para gestionar la provisión de servicios públicos imprescindibles. Este nombramiento parece más una cuota política que una decisión basada en la experiencia y competencia técnica que requiere la dirección del Metro.
Este tipo de designaciones no solo son un retroceso para la mejora del Metro, sino que refuerzan la percepción de que las prioridades del gobierno siguen estando más alineadas con el clientelismo y el reparto de favores políticos que con el bienestar de los ciudadanos. Al elegir a Rubalcava, que ha sido parte de las estructuras políticas tradicionales, se envía el mensaje de que el sistema de transporte, vital para millones de trabajadores, sigue siendo tratado como un botín político. Esto no solo es un mal precedente para la transparencia y la eficiencia en la administración pública, sino que también pone en peligro las expectativas de una verdadera transformación del Metro, que sigue sumido en la inestabilidad y el abandono.
La situación del Metro de la Ciudad de México pone de manifiesto un gran desajuste entre la importancia social del servicio y la atención que ha recibido por parte de las autoridades. Este sistema, que diariamente mueve a millones de trabajadores, está al borde del colapso por la falta de inversión, el mantenimiento inadecuado y la ausencia de una visión estratégica a largo plazo. Aunque iniciativas como la rehabilitación de la Línea 1 son un paso en la dirección correcta, son simplemente insuficientes ante una crisis estructural que demanda un compromiso real con el servicio público y un cambio de enfoque en la gestión del transporte colectivo.
Es imperativo que el Metro sea tratado como un derecho fundamental de la población, no como un servicio subordinado a intereses políticos o económicos. La privatización y la eliminación del subsidio no son respuestas viables; por el contrario, debemos exigir una mayor inversión, transparencia y un enfoque centrado en las necesidades de los usuarios, quienes son la verdadera columna vertebral de esta ciudad.

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