Trump piensa que reventar la gobernanza global e intimidar a todos es la mejor estrategia para conseguir sus objetivos. No lo es. El mundo se está dando cuenta que Estados Unidos ya no es un socio confiable, que es mejor vender, o, al menos, diversificar las monedas de reserva en bancos centrales. Por eso es que el oro ha alcanzado niveles históricos. Nadie se fía ya de la política al estilo matón barriobajero y muchos se están deshaciendo del papel moneda.
Lo paradójico y divertido es que el gobierno gringo se ha gastado, durante muchos años, miles de millones de dólares en propaganda contra el comunismo, el socialismo, China, Rusia y los no alineados a Occidente; y en muy pocos meses de locura Trumpiana, hasta el más despistado y despolitizado se da cuenta que Estados Unidos salva al mundo en las películas, pero en la vida real hay que salvarse de Estados Unidos; que Putin es más sensato y mucho mejor líder que Trump, y que la nueva formación económica con orientación socialista que dirige con éxito el partido comunista de China es, de lejos, la mejor opción desarrollista, evidenciando las grandes y graves fallas del capitalismo anglosajón.
La última declaración nauseabunda de Trump fue con relación a Gaza. Dijo que Estados Unidos tomará control del territorio bombardeado y, sobre los cadáveres de niños, mujeres y civiles inocentes, construirá un desarrollo inmobiliario tipo Riviera para satisfacer a sus amos, los judeo masónicos que controlan el mundo a través de empresas de capital como Blackrock, Vanguard, State Street y Berkshire. No conforme con ello, quiere imponer a Jordania y Egipto el que reciban a casi dos millones de palestinos, como si de ganado animal se tratara.
Como una muestra más de su arrogancia colonial, sigue insistiendo en que Groenlandia servirá como suministro energético y de recursos para Estados Unidos, que Ucrania será su reservorio de granos y tierras raras, que tomará posesión del Control de Panamá para favorecer su comercio y bloquear a China, que Canadá debería ser un estado más de su país y, finalmente, decidió cambiarle el nombre al Golfo de México, que siempre será Golfo de México.
Esta historia ya la hemos visto antes. Alguien que quiso pasar por encima de los demás, que quiso imponer una supremacía, que quiso eliminar a sus enemigos de la forma más cruel, que quiso eliminar cualquier rastro de humanidad hacia los débiles o los desposeídos, que quiso culpar a otros de los problemas, que eran tan cínico como cruel en su discurso, y que acabó humillado. Y es que Trump encarna perfectamente el espíritu fascista e imperialista del anticristo alemán de apellido Hitler.
Intimida a todos con aranceles, que por cierto, la mayoría de estadounidenses ignora que esos impuestos los paga el consumidor, no los vendedores. Gobierna por decretos con el pretexto de la seguridad nacional, pasando por encima de las instituciones y destruyendo acuerdos y tratados históricos. Declara abiertamente que atacará a Irán en específico y a cualquiera que se oponga a sus designios, pero como buen cobarde, prefiere el “diálogo” con Rusia y China.
Trump representa todo lo que está mal en la política y en el mundo, y la prospectiva geopolítica indica que acabará mal. Tal vez no humillado como los gringos humillaron a Gadafi o a Hussein, pero la historia lo pondrá en su lugar, como lo peor que ha existido en política, y los estadounidenses se avergonzarán -la mayoría- como los alemanes se avergüenzan de Hitler.
La innovación china, el poderío militar ruso, la resistencia latinoamericana y la lucha digna en el medio oriente son los puntos de partida para derrotar al Trumpismo, solo falta que Europa recobre un poco la dignidad y plante cara al “socio” que le ha puesto el pie en el cuello y debilitado a cambio de una falsa seguridad. Por su parte, México debe seguir plantando cara con dignidad y esperar con paciencia a que Trump y su discurso de odio se devore a sí mismo.

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