Edvard Munch en 1893 creó una obra que lleva el mismo título que este artículo, aunque no llego a comprender del todo la obra del artista, cuando la observo más que un hombre sumido en un grito parece una persona que expresa sorpresa. En teoría, lo que sabemos de la obra es que representa el grito de angustia y desesperación existencial del hombre moderno. Quizá esta autora no comprenda esa pintura porque es una representación europea, sustentada en una cultura fría, como en teoría suelen calificarse, en contraste con el candor que experimentan las culturas latinoamericanas.
El grito de Munch no encarna la experiencia que tengo con los gritos, para mí, los gritos de mi tierra son sinónimo de alerta, temor, pasión. Tengo muy presente una sesión de terapia donde estaba reflexionando sobre una etapa de mi infancia, esa memoria quedó opacada y se perdió, porque mi terapeuta estaba cerca del estadio azul y cuando estaba a punto de externar la reflexión algo en el estadio provocó un estruendo tan fuerte que me asustó. El grito de la gente fue impresionante, al unísono, me imagino que, si hubiera estado dentro del estadio, quizá sería ensordecedor. Lo cierto es que no me gustaría vivirlo en carne propia, con escucharlo a la redonda me conformo.
Pedro Salmerón Sanginés, en su libro La batalla por Tenochtilatlán, me hizo recordar ese episodio. El libro recoge los documentos históricos sobre la conquista y analiza cuáles de los hechos son más apegados a la realidad, es un ensayo que me hace pensar que nuestra cultura se resiste a morir preservando características que arrastramos por siglos. Una de ellas es el grito, ese grito que se escucha en los juegos deportivos, las porras, pero también del que habla nuestro himno nacional, González Bocanegra debió de conocer bien nuestra historia cuando nos llamó a la defensa del país.
Sanginés retoma a fray Bernardino de Sahagún en el momento en que la Triple Alianza de México-Tenochtitlán declara la guerra a los españoles “entonces se alzaron los gritos, y el ulular de la gente que golpeaba los labios. Al momento fue el agruparse, todos los capitanes, cual si hubieran sido citados” (Sanginés, 2021, p. 88). Pero no fue el único pasaje donde se da detalles sobre el alarido, también en las fiestas aparecen los gritos y por supuesto cuando se está malherido. Los españoles se sorprendían de la capacidad de gritar, del estruendo que te hace temer lo que pudiera pasar.
Podemos hacer memoria sobre los gritos de fiesta, los que acompañan al mariachi cuando inicia la melodía de esa canción que motiva al sentimiento. Los gritos que entonan la porra para algún festejado. El grito del recién nacido que impulsa con el llanto la vida que ha de conservar. Los altos decibeles nos hacen pertenecer a nuestra cultura que emociona, que te hace partícipe, pero que, desde esta reflexión, considero que tiene que ser un recurso estratégico. Tenemos que evitar usarlo de forma excesiva, tal cual nos ha mostrado la experiencia.
Hablemos de la banda estilo Sinaloa que ha logrado incomodar a los extranjeros, tengo que confesar que me incomoda, porque la forma de soplar los instrumentos me parece innecesaria, la música que producen los metales suele ser fuerte en sí misma. Sin embargo, estoy de acuerdo que es una expresión cultural propia de México, comprendo que el músico se emociona con cada melodía porque también me sucedía cuando formaba parte de un grupo musical. Recuerdo bien cómo la emoción de la gente y la necesidad de bailar o cantar contigo es contagiosa, lo respeto; sin embargo, me parece que su forma de hacer gritar a sus instrumentos también llama a la guerra en contra de aquellos que amarían eliminar esa muestra cultural.
Al escuchar las conferencias de la presidenta Claudia Sheinbaum, me gusta la nueva representación que hace de nuestra cultura del grito. Primero, no alza la voz, pero su palabra suena fuerte y claro al responder a las declaraciones de algunos políticos extranjeros, después se reúne en la magna Plaza, que sigue representando el corazón de las culturas ancestrales que asustaban con sus alaridos a quienes pretendían conquistarnos, a los cien días de su mandato para elevar la voz y hacernos gritar junto con ella. Un grito de amenaza, un grito de defensa, pero sobre todo el grito de un pueblo que respalda a quien dirige nuestro país con representatividad.
Espero que nunca se nos acabe la fuerza de nuestra voz, que la usemos para festejar, pero también para exigir justicia y que siempre sea una característica de nuestra cultura, que no lo dejemos morir porque nuestro grito jamás se representará como lo hizo Munch en su pintura, para nosotros representa un llamado valiente a la unidad, no una sorpresa o angustia. El grito que nos ha acompañado siempre, que año con año nos hace refrendar nuestras raíces, que no nos deje nunca, ¡viva México!
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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