Dedicado con aprecio y cariño
A mis compañeros
Laura García, Susana Reyes y Pedro Rivera.
Hace apenas unas semanas, aquí en la Ciudad de México, se reunió un grupo importante de expertos en materia de producción y uso de información geográfica —importante digo tanto en cantidad como en las sapiencias y las cualidades de sus integrantes—. Llegaron procedentes de todo el orbe, convocados por cierta asociación de países; para decirlo pronto, me refiero a la organización más importante de naciones que hay en el planeta —para mayor referencia, aludo a la organización multinacional a la que tristemente…, tristemente porque lo hizo con toda razón, el presidente Andrés Manuel López Obrador llegó a comparar con un florero—. En el encuentro estuvieron presentes funcionarios, técnicos y tomadores de decisiones procedentes de las oficinas e instituciones públicas de muchos gobiernos, justo las encargadas de recabar, difundir y promover el uso inteligente de datos relativos a la dimensión espacial de sus respectivos estados nacionales. No me queda la menor duda de que son todas ellas y todos ellos, gente con las mejores intenciones y buena voluntad. La reunión internacional abordó el problemón que afecta ya a toda la biósfera de la Tierra, incluidos, los más de 8.1 mil millones de seres humanos que hoy somos: el cambio climático. Los dos desafíos globales que se pusieron en el centro de las diversas intervenciones fueron la sustentabilidad y la resiliencia…, la dichosa resiliencia. Quizá yo esté equivocado, pero detesto esa palabreja, y la detesto porque estoy seguro de que los hombres y mujeres tenemos en el lenguaje, en las palabras, el instrumento más importante para hacer mundo y, no sólo, uno de los instrumentos más poderosos para cambiar la realidad. Por eso, estoy convencido de que, así como hay palabras que concitan acuerdos, concordia y en general el bienestar —respeto, amistad, solidaridad, prudencia, en fin—, hay otras que son perversas.
Resiliencia es una palabra consentida de la ideología neoliberal y globalista. Un buen ciudadano del mundo tiene que ser resiliente y echarle ganas. Pero qué significa exactamente… Aunque ya había aparecido en algunas publicaciones desde principios del siglo XX y tuvo un pequeño repunte a mediados de la década de los treinta, el vocablo se incorporó formalmente al español hace poco —apareció por primera vez en un diccionario de la RAE apenas hace diez años—, y si uno analiza su gráfica correspondiente en Google Ngram podrá constatar que está de moda y en franco ascenso desde principios del presente milenio. Resiliencia proviene del inglés resilience, el cual a su vez procede del latín resiliens, “saltar hacia atrás, rebotar”, “replegarse”. Tal cual: echarse pa’tras. En inglés, el diccionario de Cambridge la define así —traduzco—: “capacidad de ser nuevamente feliz, exitoso, etcétera después de que algo difícil o malo ha ocurrido.” Ojo con ese adverbio: nuevamente. En nuestro idioma, el diccionario de la RAE otorga dos acepciones a resiliencia:
- f. Capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos.
- f. Capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido.
Ambos significados deben tomarse en consideración para comprender la ideología que subyace a la dichosa resiliencia, pero evidentemente de la que estamos hablando es de la primera acepción. En efecto, somos, nosotros, hombres y mujeres, usted y yo y nuestra prole y nuestros padres y abuelos, seres vivos. ¿Seres vivos que estamos frente a un agente perturbador? Aquí está parte esencial del problema con el concepto de resiliencia: el agente perturbador, que según se frasea en la definición anterior es una entidad distinta al referido ser vivo, diríase que es, en el contexto al que aludí en el comienzo de este texto, el cambio climático. Entonces, si uno lee que hay que ser resiliente frente al cambio climático, debemos entender dos cosas: uno, que hay que adaptarnos a él, y dos, que el tal cambio climático es un “agente perturbador”…, o sea, que no somos nosotros los que tenemos que dejar de estar desestabilizando el planeta, que es un “agente perturbador”, el malvado cambio climático, que no somos nosotros los responsables sino las víctimas. ¿Y qué hacer frente a los embates del agente perturbador? Pues según dicta la definición, adaptarnos. ¿Y qué significa adaptarse? Dicho de un ser vivo, significa acomodarse a las condiciones de su entorno. Y más precisamente, dicho de una persona, significa acomodarse, avenirse a diversas circunstancias, condiciones. Tejones porque no hay liebres, pues.
¿Ven? Resiliencia no es una palabra que comunique ni la necesidad de hacerse responsables de lo que pasa ni la necesidad de cambiar conductas —las conductas que nos tenían tan felices, exitosos, etcétera, supongo—, sino que expresa como respuesta a la perturbación el adaptarse, el replegarse… Y replegarse, claro, significa, echarse para atrás, darse por vencidos. Pues ya ni modo, hay que adaptarse porque el señor Elon Musk va a seguir jugando a conquistar el sistema solar con sus cohetitos megacontaminantes; hay que adaptarse porque el capitalismo es una condición inamovible y eterna e intocable y no hay de otra; hay que adaptarse porque tenemos que seguir quemando combustibles fósiles hasta que nos los acabemos todos o nos acabemos todos… Seamos resilientes y no resistentes, mucho menos agentes de cambio.
Una nota final: por supuesto, las personas que hace unos días sufrieron en Valencia y otras ciudades y poblaciones aledañas de España la devastación por las graves inundaciones causadas por una Depresión Aislada en Niveles Altos (DANA) —un fenómeno vinculado al cambio climático, particularmente al sobrecalentamiento acelerado del Mediterráneo—, requieren medidas de resiliencia inmediata, para lo cual se requieren un montón de recursos. Cierto, necesitamos ser resilientes frente a los efectos del cambio climático, pero no ante el cambio climático mismo. El agente perturbador tiene nombre, se llama homo sapiens y urge hacerlo entrar en razón.
- @gcastroibarra
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