El ingeniero Heberto Castillo escribió su libro Historia de la Revolución Mexicana (Editorial Posada, México, 1977) a lo largo de los dos años y ocho meses que estuvo preso en la cárcel de Lecumberri a causa de su activa participación en el Movimiento Estudiantil Popular de 1968.
En el prólogo de la obra destacó: “He tratado que este libro (…) sea accesible a los trabajadores con estudios primarios”. Más adelante, siguió exponiendo los motivos que originaron el libro, y señaló:
Quiere ser un libro de divulgación que permita a los trabajadores conocer un poco del pasado reciente de México y les haga ver que han sido los explotados como ellos actores principales de la historia, y que en la medida que lo entiendan así, les sea menos difícil construir un México más libre y más justo, donde sean ellos, los trabajadores, los creadores de riqueza, quienes decidan el rumbo de la nación.
Perdónese la extensión de la cita. Hoy, en una actualización del lenguaje, tal vez donde dice trabajadores deba leerse pueblo en general. o simplemente ciudadanos.
Heberto –fundador del Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT) en septiembre de 1974, junto con el líder ferrocarrilero Demetrio Vallejo y estudiantes presos políticos del movimiento del ’68 como Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca y Eduardo Valle, el Búho, más miles de mexicanos– coloca en el centro de sus afanes de formación a los trabajadores con estudios primarios porque ellos son en realidad los que deben decidir, y deciden ya en la 4T, el rumbo político del país aunque sea cierto que la presidenta Claudia Sheinbaum arrasó a la derecha en las recientes elecciones presidenciales con 36 millones de votos provenientes de todos los estratos sociales y no sólo de la clase popular.
Otro ejemplo de material para la formación política del pueblo son las conferencias “mañaneras” del presidente López Obrador, que han contribuido decisivamente a la creación de una conciencia popular sobre la realidad que se vive en el país. En un lenguaje claro y preciso, el presidente ha provisto una multitud de elementos para que la gente, el pueblo raso, el pueblo que se gana la vida bajo el sol, se forme una idea sobre su realidad. En alguna conferencia el presidente dijo textualmente: “Los trabajadores son el alma de la Cuarta Transformación”.
Por eso extraña cuando se contrasta la afirmación de AMLO con los vigorosos esfuerzos formativos del Instituto Nacional de Formación Política (INFP) de Morena, ya que éstos parecen ir en sentido opuesto a la propuesta de colocar al pueblo en el centro de la atención.
Al menos, es la impresión que queda cuando uno se entera que hay un curso llamado “Feminismos, política y decolonialidad”. Surge una primera pregunta frente a tan tremendo título: ¿Cuántos de los 2 millones 300 mil afiliados a Morena podrían definir sin titubeos y a la primera el término “decolonialidad”?
Segunda pregunta: ¿La palabra “decolonialidad” formará parte de lo que López Obrador ha calificado como “términos neoliberales” que tanta sorpresa le causaron, hasta el punto de comprometerse a afirmar: “Estoy haciendo un diccionario de las nuevas palabras del período neoliberal”?
Última pregunta: ¿Cuántas de las mujeres que se ganan la vida y la de sus hijos en el taller de calzado, en la pizca de la fresa o del brócoli, en la planta Silao de General Motors, en la recolección de PET y de cartón, detrás del mostrador de un OXXO o vendiendo chácharas en el tianguis, podrán sentir como suya la preocupación por la “decolonialidad” al grado de sentirse atraídas por el tema y dedicarle tiempo al estudio y apropiación del término?
Se revisan los contenidos del canal de You Tube del INFP y qué se encuentra. Bueno, pues que hay una entrevista con Ramón Grosfoguel titulada “Más allá del multipoder: la transmodernidad”. Ni más ni menos que uno de los que anda buscando para distraerse aquel trabajador que ha cumplido sus diez horas de trabajo diario en la fábrica y anhela la relajación mental que sólo puede procurar el análisis de la transmodernidad.
Si ese trabajador codicioso del saber y la lectura quiere informarse, documentarse y prepararse políticamente, la página de internet del INFP le ofrece títulos placenteros que podrá descargar en su celular para que los lea con la comodidad que siempre presta la letra chiquita. Ahí encontrará “Semiótica para la emancipación” y “Posverdad, plusmentira”, ambos de Fernando Buen Abad, los que sin duda podrá discutir a profundidad con sus compañeros de la fábrica a la hora de la comida, mientras se come sus tortas sentado en la banqueta o en el marquito de una puerta, donde no pegue tan fuerte el sol.
El INFP afirma en su página de Facebook que “para comprender de forma cabal y profunda los problemas de nuestro presente, es necesario contar con herramientas analíticas de gran calado (?) que nos acerquen cada vez más a la naturaleza de nuestra realidad social”. Lo cual es incomprensible y contradictorio porque aspira a comprender de manera “cabal y profunda” lo que apenas será acercarse “cada vez más” a la realidad.
Durante su gestión como secretario de Educación Pública, José Vasconcelos mandó editar, en los famosos Libros Verdes, obras clásicas como los Diálogos de Platón, las Tragedias de Esquilo y de Eurípides, La Ilíada de Homero, las Vidas Paralelas de Plutarco.
El propósito de Vasconcelos fue acercar al pueblo a lo más brillante del pensamiento occidental. Muy noble propósito al que sólo le faltó una cosa para verse realizado: un pueblo que supiera leer. Parece que de alguna manera el justo empeño de Vasconcelos coincide con el del INFP: los dos soslayan la existencia del pueblo al que pretenden dirigir sus trabajos y perseverancias. Pero ahí siguen los trabajadores “con estudios primarios” esperando que alguien se acuerde de ellos. Que los vea como sujetos constructores de su propia historia, como quería Heberto. A ver si ahora sí.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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