¿Podría decirse que el triste y vergonzoso espectáculo que está dando el Poder Judicial en su conjunto y la Suprema Corte de Justicia de la Nación en lo particular al quebrantar el orden constitucional una vez más como es su costumbre, pero esta vez más sólo para su beneficio, es una consecuencia obvia de las políticas de la 4T? Porque, aunque los jueces han hecho un chiste de sí mismos, de todas maneras se necesita mucho talento político para motivar que esos perfectos caradura juren que están defendiendo la “independencia judicial”. No es fácil.
¿Sería posible pensar que el presidente López Obrador no hubiera calculado todas las vilezas que está dispuesta a cometer, entre la alegría y el alborozo, la mayoría de los integrantes del Poder Judicial con tal de conservar sus privilegios? Difícil creerlo así, porque si algo conoce al detalle el presidente de la república, además de la Historia del país, es el nivel de bajeza en el que vive, se desenvuelve y medra dicho Poder.
Ese poder judicial que encarceló a los ferrocarrileros en 1959 y a estudiantes y maestros en 1968, y que en tiempos recientes se prestó al desafuero del propio López Obrador, además de cometer un sinfín de atrocidades legales contra el pueblo, ¿tendrá la capacidad de engañar al presidente y mostrarse como un Poder respetuoso de las leyes, cuando ni siquiera se sujetan al mandato constitucional de no devengar salarios mayores a los del presidente? No, definitivamente.
Evidenciado en su patética desnudez, mostrándose en vergonzosos paños menores jurídicos de donde se desbordan las lonjas de la corrupción, el Poder Judicial ha dejado de ser una junta de sombras reunida en la casa de ¡un magistrado! para juramentarse contra la decisión de 36 millones de votantes reformar la impartición de justicia tal como hasta ahora la conocemos.
La conjura de los necios validó que el Poder Judicial perseverara tenazmente en sus vicios: que soltara peligrosos integrantes de la delincuencia organizada en fin de semana para que se impidiera la posibilidad de que se les cumplimenten órdenes de aprehensión pendientes en su contra; que liberara las cuentas bancarias a los mencionados personajes para que volvieran a tripular sus automóviles de alta gama; que enviara a descansar a sus casas a personajes políticos o ligados a la política y a políticos para que desde la comodidad de sus sillones, rodeados de sus nietecitos, siguieran adelante con sus fechorías; que se soslayara por años la urgencia del pago de impuestos de empresarios acostumbrados a evadir sus obligaciones fiscales, y que descartara leyes que beneficiarían al pueblo mediante la consolidación de empresas públicas como la Comisión Federal de Electricidad.
Y a cambio de lo anterior, sólo esperan que ese Poder castigue con severidad extrema a la pobreza para que quien no alcance a comprar la justicia sea refundido en la cárcel: es curioso que tratándose de gente pobre las fiscalías siempre sean eficientes y elaboren expedientes de manera tan pulcra y minuciosa que los jueces nunca encuentren fallas al debido proceso, tan abundantes éstas cuando se trata de indiciados por delitos de narcotráfico.
Si el sujeto pasa diecisiete años en prisión sin ser sentenciado, como en el caso de Israel Vallarta, pues será cosa de la mala suerte en la aplicación de la ley del embudo, que es la que manejan con sorprendente soltura jueces y magistrados.
Aun si por hoy no se aprueba la reforma judicial –digo, es un decir– no sucederá nada fuera del cálculo político del presidente López Obrador y sólo será cuestión de tiempo para que el evento ocurra. El mejor ejemplo de que una vez movidos los engranajes de la historia éstos ya no se detienen es su propia candidatura presidencial, derrotada a fuerza de mañas en 2006 pero vencedora en 2018 y más aplastante todavía en 2024.
El presidente López Obrador convirtió la enajenante necesidad externa de justicia en una necesidad interna expresada en la lucha por liberarse de esa enajenación. En otras palabras, la táctica de presentar la reforma es una parte menor en la estrategia final y concluyente de evidenciar de manera incontestable ya no la necesidad sino la obligación de reformar al Poder Judicial.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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