29 de marzo de 2019. Todos los viernes tienen algo especial. Un relajado Andrés Manuel López Obrador nos muestra el funcionamiento de un elevador de la época porfirista; es realmente hermoso y reluce su estilo art nouveau. “Todavía funciona. Yo lo uso” –dice–, y lo manipula no con tanta destreza. El presidente trae en la mano un libro de texto gratuito. Es uno de esos ejemplares que llevan en la portada el retrato de una mujer vestida de Patria que posa delante de sus propios símbolos. Un dejo de nostalgia llega a mí cada que veo una portada como esa, la de los libros de la SEP que, salvo honrosas excepciones, tanto disfruté. Han pasado sesenta años desde que tuve en mis manos mi primer libro de Español, con el que aprendí a leer y escribir, algo que no he dejado ni dejaré de hacer. Pocos saben que esa portada es creación de Jorge González Camarena, muralista mexicano nacido en Guadalajara, Jalisco. Lo que casi nadie sabe es que el fascinante rostro y la figura que le sirvieron de modelo al pintor son de Victoria Dorantes (o Dorenlas, según otras fuentes). Nacida en Tlaxco, Tlaxcala, Victoria tenía 18 años cuando trabajaba como mesera en un bar al que acudían artistas e intelectuales. El pintor, impresionado por su belleza, decidió inmortalizarla, pero ella estaba casada con el guarura de un turbio político. “Si mi marido descubre que estoy posando para usted, al día siguiente habría dos entierros”. Pero para que las cosas sucedan siempre hay golpes de suerte, o de mala suerte, según se quiera ver, así que la joven quedó viuda y a los 19 años no solo posó, sino pasó literalmente a la inmortalidad.
El presidente sale a la calle de Corregidora por una de las puertas de Palacio y saluda a una joven guardia de la policía militar. Se empieza a juntar la gente. Todos quieren tomarse una foto con él. “Presidente, una selfie”. La selfie los emociona a todos. Se acercan… lo quieren. “Vengo de Chiapas –dice la mujer bajita–; espere a que nos tomen una foto”.
Llega una pareja joven. “Somos abogados. Somos de la consejería jurídica”, le dicen orgullosos. Otra mujer se acerca y le murmura algo al oído. No se escucha. “Pero no tengo donde vivir”, se alcanza a oír. “Acércate –le dice AMLO a la joven guardia. Ella se va a quedar aquí. Ahorita le voy a mandar a alguien para que la atienda”. La mujer está al borde del llanto, pero también se le ve emocionada. En realidad, todos están emocionados. Salir en una foto junto con el mejor presidente, con el más votado, con el más querido. “Que nos tome la foto” –dice otro joven. La mujer que no tiene en donde quedarse solo observa. Contiene el llanto.
“Ya me voy, porque voy a seguir ahí”, dice Andrés Manuel. El presidente tiene que chambear. Así digan sus detractores que no hace nada y que después de las conferencias se va a dormir el “viejito”. Llegan más y más andantes a tomarse la foto, a hablar con él.
“¿Se acuerdan de estos libros?”–dice y ríe. El presidente no sabe que, en tan solo nueve meses, en Wuhan, China, aparecerán los primeros casos de un nuevo virus y que posteriormente se desatará la pandemia más terrible de los últimos cien años. Muchos morirán, demasiados. Tal vez 15 millones en el planeta. En México, más de 330 mil, pero la cuenta final se sabrá después. Al presidente nadie le disparará una bala traicionera, así se haya hecho de miles de enemigos. Y tampoco imagina que en cuatro años sacará a nueve millones de la pobreza, y eso, a pesar de la pandemia, a pesar de las guerras que se vendrán. Aumentará los salarios, creará más empleos, terminará sus obras emblemáticas… ¿Por qué trae el presidente un viejo libro en la mano? De seguro ya comenzó a trabajar en los nuevos libros de texto, esos que tanto criticarán los de siempre, y tampoco sabe que tendrá que librar mil batallas jurídicas para que los niños de Chihuahua puedan estudiar con ellos en lugar de recibir fotocopias de jueguitos, como esas que se venden en el Metro. Pero los tendrán, por lo menos en Chihuahua, aunque no en Coahuila. Cultivo una rosa blanca / en junio como en enero / para el amigo sincero / que me da su mano franca, leía conmovido el poema de Martí ese niño que quedó cautivado por la palabra y que ahora, años después, escribe esto.
Pero dejemos que el presidente siga jugando al elevadorista después de haberles regalado las fotos a los transeúntes. “Ya me voy. Adiós, adiós. Gracias”.
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9 de agosto de 2023. Los nuevos libros de texto gratuitos ya están en las escuelas. Los enemigos de la 4T ahora sí se han extralimitado. Ana Elizabeth García Vilchis tiene que presentar algunas mentiras que sobre ellos abundan. “Es falso –asegura– que se distribuyen sin revisión de sus contenidos pasando por encima de la ley”. Dijo que “se contó con 925 revisiones de profesionales de todo el país pertenecientes a 55 dependencias de adscripción de los ámbitos educativo, cultural, federal y estatal; también, funcionarios del gobierno federal y organismos profesionales independientes”. Desmintió asimismo que hubiera en ellos cuerpos desnudos, pues las imágenes difundidas son materiales didácticos de España.
La derecha y los medios están enloquecidos: “Nuestros hijos están en riesgo”, insisten. Así, aparece el lector de noticias, ese que irónicamente se parece a Nicolás Maduro. “México está en peligro por un virus que se creía erradicado: el virus comunista. Son los nuevos libros de texto”. Y se viene el indiscriminado y cruel ataque de la comentocracia: Los niños van a aprender todavía menos que antes. No hay pedagogía, hay ideología. Ninguna mamá quiere enseñarle a su hijo que está bien ser pobre. La SEP quiere convertir los salones de clases en un laboratorio para crear niños idiotas y militantes. Me da miedo imaginar que un día el futuro de México se convierta en la realidad que se vive en países como Venezuela, Nicaragua, como Cuba. Todos deberíamos de revisar los contenidos con lupa, porque el diablo está en los detalles.
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Entonces entran al quite los lingüistas, pero eso habrá de ser contado en otra ocasión.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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